Rosh haShana - 5773 - Segunda Noche


Cuenta la historia que Moishe estaba consternado porque con tantos pendientes se había olvidado de comprarle un regalo de cumpleaños a Fortuna, su mujer (si, como ven, y para que no se quejen: se trata de matrimonio entre ashkenazim y sefaradim).

Cuenta la historia que Fortuna, en lugar de quejarse y tirarle a su marido con lo primero que tuviera al alcance de la mano, vio en el olvido de Moishe una oportunidad. “Si a primera hora de mañana aparece en la puerta de casa algo que vaya de 0 a 100 en menos de 2 segundos, estoy dispuesta a perdonarte,” le dijo Fortuna a Moishe.

Cuenta la historia que a la mañana siguiente Fortuna se levantó ansiosa. Se acercó hasta la ventana de la sala y allí lo vio. Vio un paquete de tamaño relativamente pequeño esperando en la puerta. Cuando finalmente lo abrió, en lugar de las llaves del nuevo carro había una báscula último modelo para poner en el baño.

Cuenta la historia que en las noches de luna nueva (como hoy) si prestan atención todavía se pueden escuchar los alaridos de Fortuna persiguiendo a Moishe con una escoba.

Esta historia nos muestra con un poco de humor algo que en realidad es bastante preocupante: Muchas veces no nos entendemos entre nosotros. Nos cuesta comprender lo que nos piden o reclaman y también nos cuesta hacernos entender. A veces sentimos que no encontramos las palabras justas para explicar lo que nos pasa y a veces estamos tan tapados de problemas que lo que menos queremos es ponernos en los zapatos del otro. Con nuestros propios zapatos tenemos de sobra, y más cuando parecen dos talles más chicos que lo habitual.

El problema de la falta de comunicación nos atraviesa por todos lados. La brecha generacional hace que padres e hijos se quieran pero que de ciertos temas no puedan siquiera platicar. De igual manera somos testigos de hermanos y hermanas que la vida fue separando y que tienen problemas para reconciliarse y volver a dialogar. También vemos a esposos y esposas que luego de años de matrimonio ya no encuentran de qué hablar y, aun en el amor que los une, prefieren dedicarse a todo tipo de actividades, cada uno por separado. Si a esto le sumamos el tema de la dependencia a teléfonos celulares, iPods y iPads, el problema es aún mayor. Tanto que no hace mucho tiempo una compañía telefónica tailandesa produjo un comercial cuyo lema era: Desconectarse para volver a conectarse.

Los problemas comunicacionales de nuestros tiempos, como es de esperar, también afectan nuestras relaciones con las instituciones: Sentimos que los partidos políticos no nos representan y solemos afirmar que los gobernantes no escuchan a nadie.

De igual manera, a veces sentimos que la comunidad no nos entiende o nos parece que nuestras inquietudes y necesidades son totalmente incompatibles con las de la sinagoga o la gente que asiste a ella con regularidad.

Y entonces llega Rosh haShana, y nuevamente nos congregamos, nos saludamos, nos abrazamos, y nos disponemos a rezar con un libro que abrimos tres días al año con el cual se supone que vamos a entablar un diálogo con Ds. En un mundo con tantos problemas de comunicación, no deja de ser un verdadero desafío conectarnos con Ds y con nuestra milenaria tradición en un idioma que por lo general no conocemos y con el Majzor que casi nunca usamos. La parte positiva de todo esto es que nuestra tradición parece ser una tradición optimista: Si con tantos problemas de comunicación el judaísmo nos sigue desafiando a recuperar la conexión con la comunidad, con nuestros semejantes y con Ds es porque se trata de una tradición sumamente optimista y que nunca pierde las esperanzas. De hecho, si todos estamos aquí en un día como hoy, supongo que al menos en parte es porque también nosotros somos optimistas y no bajamos los brazos ni renunciamos a nuestro judaísmo. No sólo somos los justos potenciales sobre los que se sostienen los mundos que habitamos, sino que además somos justos optimistas, lo cual es aun mejor. Ser optimistas siempre es bueno. Y posiblemente en más de una oportunidad ese optimismo nos haya salvado, incluso a base de malentendidos.

Hay una historia que dice que hace muchos años, allá por la Edad Media, los consejeros del Papa le recomendaron que desterrara a los judíos de Roma. Así pues, se redactó el edicto que ordenaba a la comunidad judía abandonar la ciudad en el plazo de tres semanas. Los judíos, sabedores de que en el resto de Europa seguirían siendo maltratados, suplicaron al Papa que reconsiderara su decisión. El Papa, que era un hombre ecuánime, les hizo una propuesta: Los judíos debían elegir a alguien para que discutiera el asunto con él mismo en público y, si salía victorioso del debate, los judíos podrían quedarse.

Los judíos se reunieron a considerar la propuesta. Rechazarla implicaba el exilio seguro, aunque debatir con el Papa no auguraba un buen final tampoco. Pero no había remedio. Había que aceptar. El problema era que nadie quería cargar con esta responsabilidad bajo sus hombros. Hasta que apareció el shamash, el portero de la sinagoga, y se presentó como voluntario. A decir verdad, nadie confiaba en el portero, pero no había de otra.

Cuando llegó el día, la pequeña comitiva judía se presentó en la plaza San Pedro frente a un imponente escenario, lleno de cardenales y multitud de obispos y fieles que acompañaban al Papa. El Papa y el portero quedaron frente a frente, y el debate comenzó.

El Papa alzó un dedo hacia el cielo y trazó un amplio arco en el aire.
Inmediatamente, el portero señaló con énfasis hacia el suelo.
El Papa pareció quedar desconcertado. Entonces alzó nuevamente su dedo con mayor solemnidad y lo mantuvo firmemente ante el rostro del portero.
Este, a su vez, alzó tres dedos y los mantuvo con la misma firmeza frente al Papa, el cual se asombró frente a semejante gesto.
El Papa deslizó una de sus manos entre sus ropajes y extrajo una manzana.
El portero, por su parte, y sin pensarlo dos veces, introdujo su mano en una bolsa que llevaba consigo y sacó de allí una delgada torta de pan.
Fue entonces que el Papa exclamó: El representante judío ha ganado el debate. Queda revocado, pues, el edicto.

Los dirigentes judíos rodearon al portero y se lo llevaron, mientras los cardenales hacían lo propio con un Papa visiblemente consternado. “¿Qué ha sucedido, santo padre?,” le preguntaron. “No hemos entendido nada.” El Papa respondió: “Ese hombre es un teólogo brillante. Yo comencé señalando el cielo, dejando entender que el universo le pertenece a Ds; él señaló hacia abajo, recordándome que también existe el infierno, en donde gobierna el diablo. Entonces alcé mi dedo indicando que Ds es uno. Pero imaginen mi sorpresa cuando lo vi alzar tres dedos indicando que Ds se manifiesta en tres personas y suscribiendo entonces a nuestra doctrina de la trinidad. Sabiendo que no podría vencerlo, intenté desviar el debate hacia otro terreno y tomé la manzana, dando a entender que los judíos están manchados por el pecado original. Pero, al instante, él sacó una ostia, dándome a entender que de acuerdo con las enseñanzas del cristianismo Jesús ya perdonó los pecados de toda la humanidad. Fue entonces que me di cuenta que sería imposible vencerlo y di por terminado el debate.”
Para entonces, los judíos habían regresado ya a su sinagoga. “¿Cómo lo venciste?,” le preguntaron al shamash. A lo que el portero respondió: “Todo ha sido un montón de tonterías. Primero, el Papa hizo un gesto con su mano para indicar que todos los judíos teníamos que irnos de Roma. De modo que yo señalé para abajo dándole a entender que de aquí no nos movíamos. Él me apuntó entonces con el dedo diciéndome que no me haga el matón, y yo lo señalé a él con tres dedos para que sepa que él era tres veces más matón que nosotros por haber ordenado arbitrariamente nuestra expulsión. Fue entonces que lo vi sacar su almuerzo, y yo hice exactamente lo mismo.”
¿Ven? Ser optimistas siempre es bueno.

Sin embargo, y volviendo a lo que decíamos antes, esto de recuperar el diálogo y la conexión con quienes nos rodean es de aquellas cosas que se dicen fácil pero que son difíciles de traducir en acciones concretas. Y de hecho, es un problema que no es propiedad exclusiva de nuestros tiempos sino que parece ser tan viejo como viejo es el mundo.

Si prestaron atención a la lectura de la Haftara de esta mañana, habrán notado el sufrimiento de Jana, y la poca empatía de todo su entorno. Jana quiere ser madre y no puede. Y sufre por ello. Su vida se ha transformado en un calvario. Y nadie la entiende. Elkana, su marido, piensa (y lo que es peor: se lo dice) que los hijos no son necesarios porque con alguien como él ya es más que suficiente para que Jana sea una mujer feliz. Pnina, la otra mujer de Elkana, y quien ya ha sido madre, se regodea viendo a su competidora estéril. Y Eli, el sacerdote, tampoco puede reconocer el dolor por el que atraviesa Jana llegando incluso a regañarla por creer que estaba borracha. A Jana le pasa un huracán por encima y nadie hace nada por ayudarla o por contenerla.

También en la lectura de la Tora de mañana vamos a ver desconexión. Abraham camina al lado de Itzjak, pero el texto no registra diálogo alguno. Durante los tres días que duró el viaje entre Beer Sheva y Har haMoria, ninguno dice nada. Imaginen ese silencio. Imaginen lo que debe sentirse el no tener nada de lo que hablar con quien tienes al lado. Pero recuerden que no se trata de cualquier persona sino de tu propio hijo, con quien no sólo no te comunicas sino que te preparas para matarlo en el altar.

Entre el Majzor y las lecturas elegidas por nuestros sabios para estos días de Rosh haShana, nuestra tradición nos está diciendo algo. Nuestra tradición reconoce que cada uno de nosotros puede tener momentos de desconexión, de pasar por tiempos de dolor y soledad o de ver a los demás sufrir sin saber muy bien qué hacer. Pero al mismo tiempo nuestra tradición elige mostrarnos estos textos y estas historias para enseñarnos que es posible hacer las cosas de otra manera.

Rabi Najman de Bretzlav solía decir que el valor de una persona no debe medirse en relación a cuánto es lo que sabe ni qué tan puntilloso es en el cumplimiento de las mitzvot. La verdadera cuantía del hombre, el verdadero valor de un ser humano, se mide en la cantidad de veces que tiene la voluntad de volver a empezar, de volver a intentarlo.

En esta noche de Rosh haShana, somos invitados a pensar en todas las personas con las que nos hemos dejado de comunicar: nuestros amigos, nuestros padres, nuestras parejas, nuestros hijos y nuestra comunidad.

En esta noche, somos invitados a recordar aquellos momentos en los que sentimos que no teníamos las herramientas para ayudar a quienes la estaban pasando mal, y a renovar el desafío de poder estar junto a ellos o junto a otros, acompañándolos en su dolor y fortaleciendo de esa manera los lazos que nos unen a ellos, lazos que muchas veces no necesitan de la palabra justa sino del gesto apropiado.

En esta noche, somos invitados a recuperar las palabras de Rabi Najman para no bajar los brazos y volver a intentarlo. Que podamos con el inicio de este nuevo año dar vuelta de página a todas aquellas situaciones tristes que nos han alejado de nuestros seres queridos, pudiendo entonces dedicar nuestras energías a reconciliarnos y volver a empezar. Es en ese espíritu que nuestra tradición cree que los vínculos se pueden recuperar, que las heridas pueden finalmente sanar.

¡Shana Tova uMetuka!

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